INFIERNO

Negándose a asumir su realidad social y económica actual, un matrimonio de jubilados vive de apariencias, recuerdos y fantasías pasadas. Relegados a permanecer en la terraza de su departamento, pues el interior se lo arriendan a un haitiano; beben y se alimentan de cocteles de inauguración, coffe breaks y lanzamientos.En clave de comedia negra que va cruzándose con el drama, la pieza protagonizada por Carmina Riego, Gerardo Orchard, Valentina Acuña y Bel Joseph, narra la historia de un padre y una madre que viven la típica precariedad de los jubilados chilenos. La visita de su hija Victoria desata un nuevo caos pues los invita a repasar un pasado ominoso que ellos creían superado. Estas revelaciones exponen la fragilidad de su mundo y los conecta con la realidad más grotesca. “El espacio escénico es una azotea que tiene tres compartimentos secretos que operan como espacios mentales de los personajes, develando su interioridad. “La relación que se crea entre estos mundos, los personajes y los objetos, potencia la acción dramática generando nuevas posibilidades interpretativas”

 

Dirección y dramaturgia: José Luis Cáceres

Elenco: Carmina Riego, Gerardo Orchard, Valentina Acuña y  J. N. Belcariño

Producción: Francisca Mundaca

Música: Marcello Martínez

Diseño: Macarena Mora y José Luis Cáceres

Vestuario: Fabián Jerez

Fotografía: Gabriel Munita

Diseño Gráfico: Macarena Mora

Iluminación: Victor Villaseca

CRÍTICA TEATRAL

Por Guillermo Pallacán R.

http://www.satch.cl/2019/08/30/infierno-peor-que-la-esperanza/

 

INFIERNO: peor que la esperanza.

La obra INFIERNO, escrita y dirigida por José Luis Cáceres (La furia de los Amontonados, Cronología del Olvido) tiene conexión con la obra Los Invasores, del autor Egon Wolff. La obra de Wolff escenifica el miedo y el terror que sufre una pareja simulando un matrimonio y familia tradicional, ante unas personas foráneas que quieren ingresar a su casa. Miedo y terror ante lo desconocido es un gran movilizador en la vida y en el arte. El dramaturgo inglés Harold Pinter en su obra La Habitación, anticipa la amenaza que ha significado la migración humana y su intromisión en la intimidad de las parejas.

INFIERNO nos cuenta la penosa situación social y económica de un matrimonio de jubilados que, negándose a asumir su realidad actual, vive de apariencias, recuerdos y fantasías pasadas. Relegados a permanecer en la terraza de su departamento, pues el interior se lo arriendan a un haitiano. Ven pasar la existencia y se alimentan de cocteles de inauguración, coffee breaks y lanzamientos de libros como extensión de reconocimiento en la sociedad.
¿Qué se acumula al llegar a la vejez, además de un sinnúmero de enfermedades? Los recuerdos de las vivencias pasadas. ¿Y qué hacer con esos recuerdos? La memoria es una interpretación ficticia de nuestros recuerdos y no tiene nada que ver con la realidad. Contarselos a una oreja atenta y dicho público preparado a escuchar y ser escuchado se reúne voluntariamente en las inauguraciones artísticas o culturales. Es un público ávido de reconocimiento a su erudición intelectual, siendo que muchas veces es ignorado por ese mismo saber.
Es de suyo propio que el teatro lleve a escena enfermedades que debilitan la salud de las polis. Títulos de las obras que han tratado el tema se suceden una tras otra. Uno de esos males es alimentar la Esperanza. Esperanza que muchas veces es lo único inmaterial que se posee para sobrevivir a la aspereza cotidiana, transformándose en una úlcera crónica que curación tras curación, no aparece la mejoría que necesitan.

Un extraño hombre de color que grita en una lengua ininteligible, sitúa al matrimonio en el límite de sus existencias, al arrendarles el departamento empujandolos a vivir en la terraza; agrietando la relación entre ellos al incluir a su hija en un trío perverso, sin ética ni moral; donde es necesario un confesionario para soltar los demonios que atormentan y que la dupla creadora del diseño: Macarena Mora y José Luis Cáceres, obtienen resultados satisfactorios al acotado escenario del Taller Siglo XX; elevando el escenario transformando la parte baja en una cueva para confesar los pecados. Pecados que afloran al no saber enfrentar lo desconocido, más si eso desconocido tiene el color de piel oscura y habla en un lenguaje desconocido, con gestos y actitudes raras, desafiantes, que enfrenta e invade los espacios relegando al patio trasero la mísera existencia construida en base a cobardías al traicionar sueños e ideales juveniles.

Entonces, al estar conscientes del final de sus vidas, el infierno se desata aquí, enfrentando donde y porque llegamos donde estamos y, como esto recién comienza; porque cuando no hay nada que perder, tampoco hay nada que ganar y, algo peor que la esperanza, aunque le demos otro sentido a la felicidad, es ver como el infierno acumula puntos.

 

Por Fernando Garrido.

Hay quienes dicen que nuestra concepción del infierno, en su expresión bíblica cristiana, ha desencadenado una serie de confusiones y desconciertos entre sus devotos y estudiosos, dada la costumbre de los primeros traductores de la Biblia de traducir sistemáticamente el “Sheol”, hebreo, y el “Hades” y el “Gehena”, griegos, por la palabra infierno. Ya alguien más locuaz y profundo que el redactor de estas líneas dijo que no existían problemas filosóficos, sino problemas en el lenguaje. Puede que así sea. Pero el Infierno al cual hacemos referencia en esta crítica, es a la obra del director y dramaturgo José Luis Cáceres (El cañaveral, La furia de los amontonados, Territorios y cronología del olvido). Estrenada en medio de un desértico agosto, del cual no nos queda ni el recuerdo del frío, la obra, en clave de comedia negra, busca exponer la situación de miseria y abandono de una pareja.

La pareja interpretada por Carmina Riego y Gerardo Orchard, junto con vivir una existencia en donde el desprecio convive con la imaginación generada por la desesperanza, tienen por deporte el exponer y celebrar sus bajezas. La esposa, interpretada por Riego, se alimenta del gran oficio de la actriz, entregando los mejores pasajes del montaje, desarrollando un papel de una lasciva inteligencia y carácter, lo que hace evidente y abismal la distancia de su contraparte. Orchard, en cambio, transita en la representación de una masculinidad presa de la autoimagen de suficiencia, en donde la ocurrencia es un sucedáneo de la consistencia, extraviándose en una pirotecnia expresiva, dibujando un personaje cada vez más afectado conforme avanza la obra, del cual queda sólo su frustración e impotencia.

Aquellas vidas, sus vidas, desde un comienzo se nos explicita, recorren el camino que va de la miseria material al reproche; la distancia que recorre ese péndulo, ejerce una fuerza de atracción en el caso de la hija, quien es la única que los visita, y rechazo por parte de su hijo, del cual solo tenemos rastros, nimias menciones, vagas huellas de una homosexualidad, ausencia. La hija de esta pareja, interpretada por Valentina Acuña, entra en escena en la remembranza de la celebración de su menarquía. Aquel hito, la fundación del yo mujer en la vida familiar, dota de una forma definitiva su figura, la cual queda suspensa en la imagen de la nínfula. En ella y su grácil figura, su menuda existencia, en la fragilidad y celo por “la hija de papi”, está fundado el pecado y el silencio sobre el cual se sostiene esa familia. Esta vida suspensa en medio de las ensoñaciones y neurosis que producen una cotidianidad monocorde, se ve alterada e interrumpida por la presencia de un extraño, un haitiano interpretado por J. N. Becariño, que poco a poco se apodera de los espacios (y pieles) en los que viven, arrinconándolos, transformándolos en siervos de lo que, en un pasado no muy lejano, fue su reino.

Para articular todos estos elementos, Cáceres junto a Macanera Mora, generan una propuesta escénica que da cuenta de la serpenteante memoria en la cual está contenida y expresada la vida mental de sus personajes. La escenografía modela una conciencia, una psiquis en representación, un campo de batalla que se juega en distintos planos con secreto y desparpajo, un inframundo en cual colinda el deseo y el cinismo. Aunque nunca queda claro si a los personajes que lo habitan, les es relevante la culpa o la pena, conceptos centrales del padecimiento, tanto como lo es la llama al fuego, desaprovechando su potencial expresivo, tornando el recurso repetitivo e inocuo. Y esto no es problema del diseño escénico, sino que a la irregularidad interpretativa de Orchard y Vicuña, se le suma una dramaturgia sobrecargada, con una estaca en cada tema o pormenor que define la realidad de esta pareja de jubilados; condición de la pareja que si bien funda las condiciones materiales de su existencia, y el padecer, pasa desapercibida.

El Infierno de Cáceres es una propuesta más próxima a un museo de egos que el paseo a las cloacas de una clase media ensimismada y bastarda. Así, la obra es incapaz de ir más allá, ansiosa por ser ingeniosa e irreverente. Pero no lo logra. No lo logra porque la esposa interpretada por Riego nunca alcanza a desplegar la virulencia, majestad y hambre de Martha, de Who’s Afraid of Virginia Woolf?, obra que inspira, tributa y alimenta gran parte del conflicto con Orchard (hijos que solo existen en el discurso, celos, amantes, vida social, autocompasión, juegos mentales, etc.). Un George más patético que melancólico. No lo logra porque la obra, en su habitar la decadencia burguesa “Made in Chile”, con sus recriminaciones y lascivias, con sus impotencias y silencios cómplices, nunca logra mirarse realmente a la cara. Se posa a medio tránsito entre la definición de los espacios de su cólera y frustración, quedando presa de una enunciación que adjetiviza lo que apunta, en la viga de un realismo psicológico que nunca termina de desarrollar sus conceptos.

La obra pueden verla en Taller Siglo XX Yolando Hurtado, del 15 de agosto al 1 de septiembre, los jueves, viernes y sábados a las 20:30 horas, y los domingos a las 19:30 horas.

Por Teresa Cruz

La obra de teatro INFIERNO de José Luis Cáceres Dupré, se desarrolla en un ambiente ingrato: en un lugar desolado, donde nos encontramos con personajes devastados por las pocas oportunidades y por malas decisiones, como por las no tomadas. Como espectador, a momentos no sentía que observaba una ficción, si no fuese por el montaje que a uno lo pone en contexto con el teatro, pues la intimidad y la veracidad con que encarnan los actores a los personajes, hacen que uno imagine la posibilidad de estar escuchando testimonios de la vida real de una clase baja, de una clase que alguna vez fue esforzada y que ahora está en la ruina y la desgracia; viviendo de la jubilación, de los recuerdos, de la imaginación, de sus propias tormentas. Se plantean situaciones o conflictos contingentes, sociales y políticos: como la contaminación, la congestión, el abuso sexual y de poder, el tedio, la discriminación y la hipocresía; revelando la mala calidad de vida que tienen muchos de los chilenos.

 

Es una comedia negra, que hace reír sin dejar de provocar incomodidad y de mostrar crudeza. Se señalan constantemente los defectos, el sufrimiento y el masoquismo de no salir de la zona de confort: el infierno interior que a cada uno lo consume. Los personajes viven hacinados, disconformes y buscan consuelo en eventos y juntas sociales, donde se come y se toma gratis. La precariedad es tanta, que dejan a la vista el desagrado por todo lo que patenta decadencia como ellos. No se esconden los miedos ni las agresiones, por ejemplo: nos encontramos con el personaje del “negro” o haitiano, el cual se expone como amenaza y no como un sujeto para la inclusión social; mostrando así la inquietud que tienen los compatriotas ante la ola migratoria que ha habido en el país en los últimos

años. Se respira desconfianza y un suspenso continuo, que representa el aprisionamiento de la rutina, las discusiones, el letargo, el acecho del desastre y la putrefacción.

 

La memoria o la falta de memoria, es lo que los (nos) mantiene vivos. Como diría uno de los personajes: la esperanza es tan terrible como la desesperanza. La espera pareciera ser un consuelo, un paréntesis, que vemos plasmada en la escenografía. Los espacios aprovechados del escenario sorprenden: el uso de suelo y su fragmentación, parecen representar (los cubículos) los estados de la memoria o espacios mentales donde según estén situados, es en qué situación del tiempo se instalan, desde dónde reclaman, pelean, se desahogan o persisten. Y no sólo estos espacios potencian las emociones que desencadenan, también está el factor audiovisual: la iluminación, la proyección de imágenes, la musicalidad, que llevan al público a una introspección seria, a sacar conclusiones, a reflexionar y a empatizar con la ironía, con el drama. La obra cuenta con actuaciones colosales, cada actor encarna la historia con convicción; no hay duda de que es un elenco bien seleccionado, bien conformado y guiado, el cual se ve apoyado por un guión honesto, directo, consistente, que a pesar de no camuflar ni ostentar, pareciera arrojar ciertas frases del diálogo como si fuesen versos de poemas o aforismos, generando eco, inquietud y conciencia en los espectadores. El guión junto con las actuaciones, van de la mano de una dirección seria, orgánica, artística, casi cinematográfica. Se puede respirar la atmósfera de purgatorio, los secretos familiares, el daño psicológico, el rencor, el apocalipsis, donde no hay escapatoria. Es una obra que hay que ver y, si se tiene la oportunidad, sin duda de leer.

Por Jaime piña de la revista cultural La noche

El paraíso imaginario del infierno

 

Entrar a un teatro es abrir una ventana por la que deviene luz y una cálida brisa, es como contemplar una pintura colgada en la pared que va tomando vida poco a poco y entras a una escena que dejas segundo a segundo vaya seduciéndote. Infierno no es el infierno que creemos nos será instalado ni el abrasador planeta oscuro, es un viaje en un vehículo misterioso por una carretera del arte moderno contemporáneo, ves presente y futuro en la obra, es asistir a una clase magistral en el aula de Plutón de algo que nunca más será visto, un segundo, un secreto, diseñado para el más preparado espectador. 

Brillante actuación y articulación verbal de Carmina Riego y Gerardo Orchard desde sus profundidades, sumados a su hija Valentina Acuña, leve, sexual, con el toque de pureza que exhiben sus blancas e infernales transparencias, en un devenir de textos y códigos que cambian para no llevarte nunca al lugar esperado, situaciones eróticas, sin moral, pervertidas en tránsito con el subsuelo, más abajo del fondo que topan y viven los personajes, de estilo lento y pregnante la obra deja huellas marcando un surco en tu imaginación, pegados a la nube de nuestros pensamientos seguimos viendo la obra, escuchando cómo el derrumbe de lo cotidiano es la caída definitiva de un imperio.

Gran director y el equipo de José Luis Cáceres. Taller Siglo XX Yolanda Hurtado. Ernesto Pinto Lagarrigue 191. Bellavista.

José Luis Arredondo. Para #TodaLaCultura

Abandonad toda esperanza los que entrais aquí, al lugar sin límites, una larga y angosta faja de tierra donde mal viven 2 adultos mayores y una hija, en la terraza del departamento que arriendan a un Haitiano para lograr sobrevivir con ese dinero y las pensiones.
Un Infierno que está en todas partes y que viven a diario y sin escapatoria posible (esto recién comienza, dice un personaje), mientras siguen rigurosamente una rutina de agresiones y descalificaciones, construyendo falsos recuerdos de pasados tiempos mejores, que tampoco fueron tales.
Un dispositivo escénico que reafirma la sensación de asfixia, hacinamiento y pobreza, y muy buenas actuaciones.
Una comedia muy negra y cargada de desesperanza, a la que la dirección imprime tensión y buen ritmo.
Crítica social y política con impronta de pesadilla, que añade un elemento interesante, ya no es el chileno el que abusa del inmigrante, sino todo lo contrario.
Última función mañana domingo 1 de septiembre.